Después de muchísimos años estudiando el comportamiento de los equinodermos, especialmente los erizos y estrellas de mar, la científica y emprendedora Tamara Rubilar descubrió que los primeros podrían ayudarla a crear un negocio. Se dio cuenta que podía utilizar sus espinocromas en la generación de suplementos dietarios para ayudar a pacientes con secuelas del COVID 19 a mejorar su calidad de vida.
Su primer mentor fue uno de sus docentes de la secundaria. Él la motivó a proyectarse como científica, motivándola y haciéndole notar todo el potencial que ella tenía. Al finalizar el colegio, Tamara tomó la decisión de trasladarse a la ciudad costera de Puerto Madryn, decidida a estudiar cinco años de licenciatura en Ciencias Biológicas. Su trayectoria siguió con seis años de doctorado en Biología y luego ingresó a la carrera de investigación. Sus esfuerzos académicos estuvieron enmarcados en comprender los mecanismos que regulan la reproducción de erizos de mar y otros animales marinos. Su primer proyecto de trabajo con los erizos comenzó en el año 2001 y, luego de casi 15 años de trabajo, logró unir todos los eslabones de una cadena científica que se caracteriza por tener procesos muy extensos en el tiempo.
En Puerto Madryn, hizo un curso de buceo que le permitió adentrarse en el mar patagónico y llevar al laboratorio, en ese entonces liderado por sus mentoras Enriqueta Díaz de Vivar, química orgánica, y Catalina Pastor, bióloga, un balde lleno de estrellas de mar. Eso le permitió seguir estudiando a estas especies y todas las aristas de estos animales.
Años más tarde, se desarrolló de una nueva matriz productiva en la provincia de Chubut. Semanalmente, Tamara concurría a las reuniones que se realizaban en Rawson, en donde debatía, junto a otros referentes, cómo hacer para lograr que ese nuevo contexto permitiera concretar proyectos y emprendimientos, que requerían financiación. Asimismo, reconoce que, en el ámbito de la ciencia, muchas veces no está bien visto fusionarse con el mundo de los negocios.
El gobierno de Chubut le otorgó el acompañamiento necesario para que Tamara pudiera desarrollar su primer modelo de negocio. En paralelo, ella se formó con cursos de emprendedurismo.
En una primera instancia, la científica, junto a su equipo, buscó inversiones para generar productos veterinarios. El objetivo era reforzar el sistema inmunológico de los animales, reduciendo el uso de antibióticos para evitar que se generen reacciones en la cadena alimentaria, que podía terminar impactando en la salud de los seres humanos. En 2019, la iniciativa logró contar con la inversión planificada, pero un año más tarde en 2020, la pandemia de COVID 19, obligó a repensar el foco del proyecto. Ella aún recuerda las palabras que el Dr. Roberto Salvarezza pronunció a la comunidad científica en aquel contexto incierto: “Si ustedes pueden hacer algo por la pandemia, háganlo”. “Fue un llamado al deber hacer que tenemos como científicos y científicas”, rememora Rubilar.
Desde el laboratorio, lograron contactarse con grupos de trabajo de todo el mundo, quienes buscaban conjuntamente, moléculas con ciertas características que pudieran inestabilizar al coronavirus. Fue así que comenzaron a testear todas las moléculas disponibles que tenían, hasta dar con las que provenían del erizo de mar. A partir de esta experiencia, se involucraron en un proyecto internacional organizado por la Universidad de Harvard que les permitió enviar placas de testeo a Bélgica para corroborar cómo reaccionaba esta molécula frente a coronavirus.
Allí fue cuando descubrieron que una de las moléculas de los erizos de mar podía bajar la carga viral tanto intra como extracelularmente, tanto en bovinos como en ser humanos. Ese descubrimiento fue el quiebre definitivo para el equipo, el cual optó por publicar los resultados de esa investigación. La investigación posibilitó la articulación con referentes de los hospitales públicos porteños Muñiz, Ramos Mejía y Santojanni, a donde concurrían muchísimos pacientes con secuelas muy complejas del COVID 19. Gracias al trabajo con ANMAT y Bromatología de Chubut, se logró producir un suplemento dietario apto para el consumo humano, que fue el primer producto que llevaron al mercado.
Actualmente, Promarine Antioxidants desarrolla suplementos marinos, utilizando huevas de erizo de mar. Los productos son: MARINE EPIC, un antioxidante preventivo que cuenta con certificaciones de eficacia en prolongevidad y entrenamiento físico; MARINE FUSIÓN, que potencia el consumo de omega-3 y es totalmente libre de gluten; ECHA MARINE, una solución comprobada para las secuelas del COVID-19 e infecciones virales y MARINE PULSE, orientado a potenciar la salud cardiovascular. Todos cuentan con el respaldo del CONICET, fueron comprobados con pruebas médicas y son realizados con ingredientes como las huevas de erizos de mar, ricas en antioxidantes marinos y microalgas con propiedades científicas comprobadas.
Tamara reconoce que cuesta mucho generar conversaciones entre la ciencia, el público y los privados, pero, en simultáneo ella se siente muy orgullosa del trabajo que logró realizar. Refuerza la idea de que la ciencia siempre tiene que estar al servicio de la sociedad, aún la más básica.
Promarine Antioxidants no utiliza solventes tóxicos (como metano y acetona) al realizar las extracciones de moléculas de cualquier organismo vivo. Lograron desarrollar técnicas solo alcohol al 96%. Tamara afirma: “De la gameta al producto, no hay residuos”
Para la nutrición de los erizos, utilizan un alimento fabricado por ellos mismos. Se trata de fuentes proteicas que hoy son consideradas basura: principalmente cabezas de langostinos (que representa un desecho anual de 63.000 toneladas). Con esa materia prima, fabrican una harina, la cual combinan con otra que proviene de una macroalga invasora, que actualmente se acumula en el basural.
La empresa implementa un protocolo de bienestar animal específico para los erizos de mar, desarrollado a partir de una línea de investigación centrada en la ética y la epistemología. El objetivo fue repensar el sistema científico, especialmente en lo que respecta a las técnicas utilizadas con animales, que muchas veces se aplican sin considerar el sufrimiento que pueden causar. Tamara lo resume así: “Otras especies están empezando a ser consideradas desde una perspectiva moral, aunque no tengan ojos o una forma evidente de expresarse. Nuestro aporte es integrar la ética en la práctica científica y promover un cambio profundo”.