El director ejecutivo del Grupo de Fundaciones y Empresas (GDFE) Javier García Moritán presenta hoy su nuevo libro “La acción colectiva” a las 17.30 en el Malba. En la publicación editada por Planeta, el autor hace un llamado urgente a abordar los desafíos de la desigualdad, el deterioro de las instituciones democráticas y el individualismo, proponiendo al sector privado como un actor clave para lograr el desarrollo sostenible.
Prologado por Alberto Willi, profesor asociado del IAE, “La acción colectiva” se basa en la experiencia de García Moritán de más de dos décadas de inmersión en proyectos de colaboración entre empresas, el sector público y la sociedad civil. Para la edición del libro el autor dialogó con un centenar de referentes clave de la inversión social de Argentina y del exterior y entrevistó a unos treinta presidentes y CEOs de fundaciones y empresas miembro del GDFE.
¿Qué te motivó a escribir este libro y a proponer un llamado tan urgente a la acción para un capitalismo más humano y sostenible?
La búsqueda de unidad, primero. La lucha quimérica contra la fragmentación, la división que todo lo penetra, incluyendo nuestra propia interioridad. No caer en la opacidad o la estandarización de quien no sabe lo que quiere y se sume en la esquizofrenia de voces múltiples: del mandato, la obligación de ser exitosos, la propia vocación y las obligaciones cotidianas.
¿Qué sería un capitalismo más humano? ¿Qué sería más humano? Si nos comprendemos en tanto personas en plena pugna porque prime lo más noble que nos constituye, esa nobleza, esa virtud podría expresarse en la solidaridad, la empatía y la compasión. Somos más humanos dándonos. Poniendo nuestros dones al servicio de causas y personas más allá del beneficio individual y la búsqueda exclusiva de la conveniencia propia. Si como personas humanas nos realizamos en este gesto volitivo de ponernos al servicio, no dudo de que las personas jurídicas, las empresas, por ejemplo, hallarán su propósito menos en la “maximización del beneficio” y más en la búsqueda de un propósito. Si vale la analogía entre la vocación humana y el propósito de una organización, podemos poner en marcha una nueva fase del capitalismo, reconociéndolo primero como el sistema más extraordinario que ha existido en la promoción de progreso y desarrollo. Que sigue sacando de la pobreza a cientos de miles de personas en todo el mundo, pero que ha vuelto ciertas diferencias irreconciliables producto de la codicia y la ambición. Si pudiéramos reorientar ese motor de prosperidad hacia fines conducentes a más equidad, un capitalismo de bien público, es decir, no uno que bregue por el bienestar general y no solo por bienes particulares, podría ser la fase más decisiva que nuestro tiempo reclama.
¿Cómo describirías el papel del sector privado en la búsqueda del desarrollo sostenible, según tu perspectiva?
En primer lugar, el sector privado es el actor diferencial para el desarrollo sostenible. Para alcanzar la Agenda 2030 de Naciones Unidas no alcanzan los fondos públicos ni los de la filantropía. Solo movilizando el 1,1% del patrimonio financiero global en manos de privados hacia un modelo de negocios que incluya el impacto socio ambiental (del business as usual a un modelo purpose driven) podríamos financiar los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
En segundo lugar, tengo la impresión de que abordamos la sostenibilidad desde una perspectiva individual: “cómo yo puedo ser la mejor empresa para la sociedad y el planeta” y lo cierto es que desde una mirada sistémica la suma de las contribuciones individuales no resuelve los problemas estructurales. Pienso que un enfoque de acción colectiva puede poner la misión en el centro y alinear a los diferentes actores para su cumplimiento. Sea poner al hombre en la Luna como hizo la misión Apolo en 1969 tras una revolución colaborativa del gobierno de Estados Unidos junto a 400 industrias y sectores de la economía; erradicar la violencia y el crimen organizado, disminuyendo en un 96,3 la tasa de homicidios en dos décadas en Medellín uniendo a toda la ciudadanía en un proyecto educativo y cultural; o haciendo de la ciudad de Sobral el milagro educativo de Brasil con los estándares más altos de aprendizaje de todo el país, cuando diez años atrás calificaba en el puesto 1336. La inversión social privada alineada a las prioridades públicas y a la tarea de las organizaciones de la sociedad civil es el camino de fortalecimiento democrático y para resolver los problemas más estructurales.
¿cómo puede abordarse la desigualdad desde una perspectiva empresarial?
Primero reconociendo que es un problema. Es decir, ciertos niveles de desigualdad pueden ser virtuosos y alientan al desarrollo individual. Esto se entiende fácilmente desde el fracaso de los sistemas en donde se impuso una igualdad forzosa. Se mató el incentivo al progreso. Ahora bien, cuando las diferencias son tan grandes, se generan desequilibrios que ponen en vilo la convivencia democrática. La diferencia extrema y exponencial en los ingresos hace que el poder económico, que es el poder real, se concentre cada vez en menos manos. Asimismo, existe una cultura meritocrática mal promovida que hace creer que todo lo que tenemos es producto de nuestro esfuerzo individual y concluye que los pobres son pobres porque no se esfuerzan demasiado. Autosuficiencia y arrogancia en un extremo, resentimiento y humillación, en otro. Esto lo explica muy bien el catedrático de Harvard, Michael Sandel.
Podemos generar una cultura en donde se premie más que el éxito individual cómo contribuimos al bien común. Desde el sector privado podemos ser ejemplo de colaboración e impacto para el bien público, para la equidad, el desarrollo y la inclusión. Los incentivos de bien público, como innovación legislativa, pueden acelerar este tipo de conductas virtuosas del empresariado. Y para ello necesitamos de las empresas, desde luego, pero también de legisladores, de la academia y de la sociedad civil para construir una cultura en la que el éxito individual y el impacto positivo sean dos caras de una misma moneda.