Empresas con propósito ofrecen una alternativa a los monopolios tradicionales
La enorme concentración de poder empresarial y monopólico está profundizando la desigualdad a nivel mundial, en base a explotar a sus trabajadores, evadir y eludir impuestos, privatizar los servicios públicos y acelerar el colapso climático. La contracara es un nuevo modelo de empresas que, sin dejar de generar beneficios económicos, tienen un impacto social y ambiental positivo. Aquí se presentan tres casos.
Por Gabriela Ensinck

En los últimos cuatro años, la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se duplicó mientras que los ingresos de 5.000 millones de personas a nivel global se redujeron.  “Desde 2020, experimentamos una pandemia mundial, nuevas guerras, una aceleración inflacionaria en la mayoría de los países y el colapso climático. Cada una de estas crisis ha ensanchado la brecha de desigualdades, y hoy 4.800 millones de personas son más pobres que en 2019”, señala el informe “Desigualdad S.A.”, publicado por Oxfam este año.

El trabajo destaca que “los beneficios de las mayores empresas globales experimentaron un aumento de más del 89 % entre 2021 y 2023, y ocho de cada 10 dólares de estos beneficios no se vuelcan a la comunidad sino que se reparten entre los accionistas, generando una espiral de concentración del poder económico y la riqueza en pocas manos”. 

Para Oxfam, las estrategias que usan las grandes corporaciones y monopolios para acrecentar su poder y riqueza se basan en aumentar los dividendos para sus accionistas y directores, en detrimento del salario de sus trabajadores; evadir y eludir impuestos; privatizar los servicios públicos; y frenar el progreso hacia una transición justa a una economía circular y descarbonizada. 

Este proceso de concentración y monopolización de empresas se aceleró en los últimos 30 años. Entre 1995 y 2015, 60 empresas farmacéuticas se fusionaron en 10 gigantes mundiales, conocidas como “Big Pharma”. En tanto, solo cuatro compañías multinacionales son propietarias de más del 40 % del mercado mundial de semillas (Bayer Monsanto, Syngenta – Chemchina; Dow AgroSciences y BASF). Y tres gigantes tecnológicas, Meta (Facebook, Instagram, Whatsapp), Alphabet (Google y Youtube) y Amazon acaparan las tres cuartas partes del gasto mundial en publicidad online.

Sin embargo, frente a este modelo de concentración económica, existen otros paradigmas empresariales que buscan un triple beneficio: no solo económico, sino también social y ambiental. Ya sea empresas que nacieron bajo este paradigma y basan su modelo de negocios en la búsqueda de brindar soluciones a problemas socioambientales; como aquellas que vienen del modelo económico tradicional (basado en la maximización de la renta)y están virando hacia el esquema de triple impacto, cada vez hay más ejemplos exitosos. 

Un gigante gastronómico con triple impacto

La cadena de restaurantes Toks, con 240 locales, 10.000 empleados y más de 30 millones de clientes en México, ha sido caso de estudio en Harvard por su modelo de negocios de triple impacto. La firma, perteneciente al grupo empresarial mexicano Gigante, fundado hace más de 60 años, inició hace dos décadas un programa de responsabilidad social que fue pionero en su país y hoy cuenta con programas de impacto social y ambiental en áreas como salud, educación, violencia de género, cambio climático, residuos, huella hídrica, bienestar animal y trata de personas, entre otros. 

“Antes, las acciones sociales y ambientales se limitaban a lo filantrópico, y hoy están incorporadas al negocio”, dice Gustavo Perez Berlanga, director de Sostenibilidad de la compañía. “Las empresas tienen un fin de lucro, que es generar valor al accionista, pero hay distintas formas de hacerlo. Para nosotros, el medio es tan importante como el fin”, afirma. 

Como parte de esta premisa, la empresa lleva adelante la integración de proveedores locales de miel, chocolate, mermeladas y otros insumos. “Esto ayudó a cientos de pequeños productores indígenas a salir de la pobreza”, dice Berlanga. 

La firma también recupera aceite vegetal usado para la producción de biodiesel. “Lo obtenido por la venta del aceite se destina a un fondo verde para apoyar a los empleados en temas de salud como el pago de medicación y tratamientos”, comenta. “Comenzamos con un programa para evitar el desperdicio de alimentos, en alianza con varias ONG, antes de que fuera obligatorio por ley”, señala Berlanga. 

La cadena también cuenta con un comité de diversidad e inclusión para contratar a personas de grupos vulnerables: LGBT, con discapacidad, migrantes, adultos mayores.Y tiene un programa para erradicar el acoso laboral. “Primero hacemos un autodiagnóstico, valiéndonos de un instrumento de medición llamado violentómetro, capaz de identificar más de 50 tipos de acoso y violencia . Luego, formamos a los agentes de cambio dentro de los espacios laborales y hacemos reuniones periódicas de seguimiento”, sostiene Berlanga. 

Una marca que invita a no comprar para salvar el Planeta

Fundada en 1973 por el emprendedor y filántropo Yves Chouinard como un emprendimiento de indumentaria para escaladores, la marca Patagonia reformuló su propósito en 2018 para “salvar al planeta”. Y a partir de 2022, transfirió sus acciones a un fideicomiso que reinvierte los dividendos en organizaciones sin fines de lucro dedicadas a luchar contra la crisis ambiental y defender la naturaleza.

Hoy la firma tiene presencia en 20 países de América, Europa, Asia y Oceanía. Y si bien mantiene un modelo de negocios basado en el diseño y producción de indumentaria, utiliza la innovación para que sus prendas sean multifuncionales, atemporales, esenciales y duraderas, aportando a un esquema de “moda circular”.

Hace unos años la firma lanzó una provocadora campaña que instaba a sus clientes a “no comprar” una campera nueva. “Sería hipócrita de nuestra parte hablar de salvar el planeta sin animar a los clientes a pensar antes de comprar. Tenemos que reducir el consumo y fabricar productos de manera más respetuosa con el ambiente. Es una locura suponer que una economía sana puede basarse en la compra y venta de más y más cosas que la gente no necesita”, dice Santiago Squassi, Brand Digital Manager de Patagonia. 

En su organigrama, la empresa no tiene ningún área de Responsabilidad Social o Sustentabilidad, ya que son transversales a todo el negocio. La filosofía de Patagonia atraviesa a todas las personas que trabajan allí, y está reflejada en el libro “Que mi gente se vaya a hacer Surf”, escrito por Chouinard. 

La firma lleva adelante el programa “worn wear” (usá lo usado) que promueve la reparación, el intercambio y la creación de productos hechos con descartes, y organiza eventos donde recibe prendas de todas las marcas, para ser reparadas, intercambiadas o donadas. Y cuenta con una línea ReCrafted de productos fabricados con descartes textiles. “Hoy el 69% de esta línea está hecha con reciclados y estamos migrando hacia un 100% de materias primas renovables y recicladas. Al usar fibras sintéticas y naturales hechas con desechos pre y posconsumo, limitamos nuestra dependencia de las materias primas y reducimos la generación de desechos”, afirma Squassi.

Además, la marca cuenta con certificación Fair Trade en sus más de 20 fábricas textiles alrededor del mundo, que garantiza el uso sustentable de recursos y el respeto a los Derechos Humanos y las leyes laborales. 

Biotecnología para mejorar la alimentación

En un contexto de triple crisis planetaria (cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación por basura), la necesidad de producir más alimentos para una población mundial en aumento choca con un modelo agroindustrial que corre las fronteras productivas desmontando bosques, pastizales y humedales y se basa en el uso de agroquímicos que contaminan el suelo, el aire y el agua y dañan la salud de los ecosistemas y las personas. 

Frente a este modelo de agronegocios, surge la producción agroecológica basada en prácticas que fomentan la biodiversidad al combinar cultivos y respetar los procesos biológicos naturales, e incluyendo a sectores sociales relegados como los pequeños productores familiares e indígenas. 

En esta línea se ubica AgroSustentable, una compañía de bioinsumos para la agricultura orgánica y agroecológica, fundada en 2015 por el emprendedor Joaquín Basanta y el ingeniero agrónomo Matías Imperiale. 

Hoy, desde su planta ubicada en el parque tecnológico industrial de Posadas, Misiones, fabrican biofertilizantes, bioinsecticidas, bioestimulantes y un fitorregulador destinado a plantaciones de tabaco, que reemplazan a productos de síntesis química y son utilizados tanto para cultivos extensivos (maíz, soja, trigo), como intensivos (algodón, tabaco, yerba mate), frutales y producciones hortícolas. 

“Al ser elaborados en base a insumos naturales como hongos y bacterias, nuestros productos no degradan el suelo sino que lo mejoran, y contribuyen a la agricultura regenerativa”, comenta Basanta. Además, “son compatibles con producciones orgánicas y muchos clientes nuestros son productores que desean exportar a mercados con altas regulaciones, como el Europeo (donde está vedado el ingreso de alimentos cultivados con agrotóxicos, o en terrenos que fueron deforestados)”, destaca Imperiale. 

El año pasado, la compañía se certificó como empresa B y forma parte de un movimiento que hoy cuenta con 8.400 empresas en 96 países que buscan resolver problemas sociales y ambientales a partir de su actividad productiva y comercial. Además, pensando en la economía circular, Agrosustentable utiliza envases de tetrapack en lugar de plásticos, para facilitar su reciclado. 

No es casual que su planta productiva esté ubicada en la capital de la provincia de Misiones (primera en contar con una ley de bioinsumos que prohíbe el uso de agrotóxicos en su territorio), y cercana a la triple frontera con Paraguay y Brasil, hacia donde la compañía espera exportar su producción. 

Transformarse o desaparecer

Los casos de Toks, Patagonia y Agrosustentable son solo algunos ejemplos de que es posible hacer negocios, generando empleo y rédito económico, sin generar daños en el ambiente y el tejido social. 

Las regulaciones en algunos países, así como la demanda de consumidores cada vez más informados y preocupados por la triple crisis planetaria, están obligando a las empresas a incorporar criterios de impacto ambiental y social. No se trata de una estrategia de marketing o greenwashing (lavado verde), sino de una premisa para poder sobrevivir y prosperar en un contexto en el que ya no alcanza con no contaminar y cumplir las normas laborales, sino que es preciso regenerar los ecosistemas y las relaciones sociales bajo el nuevo paradigma de la economía regenerativa.