Ricardo- quien pide reservar su nombre- emigró de Barquisimeto, Venezuela, en agosto de 2023, motivado por la crisis económica. “Lo que pasa es que allá todos los precios cambian por la inflación. Nuestra moneda es el bolívar, pero el país está dolarizado ilegalmente”, puntualiza mientras se lleva los alimentos a la boca, en un bullicioso local de Cuautitlán Izcalli, Estado de México.
El trayecto de Barquisimeto al Estado de México es de 3.376 kilómetros. De Venezuela llegó a Necoclí, Colombia. De ahí, tomó una lancha hasta Capurgana y así inició su travesía por la selva del Darién, entre Colombia y Panamá. A pie cruzó Costa Rica, Honduras y Guatemala, y llegó en balsa a Chiapas, México, por sólo 5 dólares por persona. El viaje duró tres meses.
“No es posible viajar en autobuses ni combi. Lo que hace Migración (Instituto Nacional de Migración) es bajarlo a uno y se debe seguir el camino a pie”, menciona pausadamente mientras sus ojos verdes dejan escapar algunas miradas hacia el exterior de la tortería, sin notar a otra familia de venezolanos que pasa de largo.
“Lo más duro es ver los cadáveres en la selva, que debes esquivar por el costado”, dice mientras mira la grabadora. Pide que se apague. Detalles escabrosos abundan en los relatos sobre migraciones, explotados por los medios de comunicación masiva.
En México, el Instituto Nacional de Migración registró 97.078 personas venezolanas en situación migratoria irregular, lo que representa un 22% del total de nacionalidades registradas en esta misma situación. Le siguen personas de Honduras (16%), Guatemala (16%), Nicaragua (9%), Cuba (9%), Nicaragua (9%), Colombia (6%), El Salvador (6%), Ecuador (5%) y otras nacionalidades (10%), como lo indica el perfil migratorio 2022 realizado por la Organización Internacional de las Migraciones (OIM).
Las personas migrantes han enfrentado distintas políticas represivas, alcanzando su cenit durante la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, donde las detenciones de personas migrantes son llamados rescates humanitarios. La Guardia Nacional participa en expulsiones colectivas, de acuerdo con Bajo la bota, documento elaborado por la Fundación para la Justicia y el Estado democrático de Derecho (FJEDD).
Hoy, Ricardo reside en el Estado de México y busca trabajo para pagar sus gastos: $200 pesos mexicanos diarios de hospedaje (11 USD) en una posada, más alimentos. Se encuentra esperando una cita con el gobierno de los Estados Unidos para solicitar refugio a través de la aplicación CBP One, herramienta digital para las personas migrantes. Tiene a sus hermanas allá, aguardando por él.

Foto: Eunice Adorno / Corriente Alterna
Margarita Núñez Chaim, Coordinadora de Asuntos Migratorios de la Universidad Iberoamericana, indica que México se está convirtiendo cada vez más en un país de destino, un hogar no elegido. Las personas no pueden regresar a sus países por los motivos que las obligaron a salir de ahí, pero tampoco pueden ingresar a Estados Unidos.
“No hay ninguna política migratoria de atención ni mucho menos de integración. La autoridad migratoria no les da documentos para que tengan un estatus regular mínimo en México. Eso hace que las personas no puedan trabajar, rentar un cuarto o conseguir alimentos. Toda la carga primaria, de atención humanitaria, recae en la sociedad civil”, enfatiza.
Albergues como CAFEMIN, ubicado en la Ciudad de México- encabezado por la Congregación de Hermanas Josefinas- enfrentan la hostilidad de los vecinos, ya que el espacio está saturado y las personas migrantes deben quedarse a vivir en la calle, como se puede atestiguar en un reciente comunicado.
Cristian Sevilla, quien está a cargo de diversas tareas en la Casa Migrante San Juan Diego, perteneciente a la Diócesis de Cuautitlán, Estado de México, cuenta que la llegada de personas migrantes ha crecido. “Hemos visto cómo 1.500 (personas migrantes) en un solo día (cerca del tren a Nuevo Laredo). El tema es que INM ya detectó que es el punto de encuentro. Durante este mes han estado haciendo muchas redadas, los suben a las camionetas y se los llevan (detenidos), pasan entre 30 y 40 camionetas”.
“Lamentablemente hay abusos de todo tipo: físico, moral y sexual. Con mucho dolor debo decirlo, somos los mismos mexicanos los que abusamos de ellos”, narra Sevilla.
Mientras espera cita con las autoridades migratorias de Estados Unidos, Ricardo pasa los días buscando un departamento para no pagar tanto dinero en hospedaje, realizando trabajos físicos pesados en mercados o tienditas, donde ha llegado a percibir sólo 120 pesos mexicanos (7 dólares) por trabajar cuatro horas cargando mercancía.
Atrás quedó su vida en Barquisimeto como comerciante. También sus dos hijas, de 11 años, se quedaron en Venezuela. Separado de su esposa, las mantenía cobrando en bolívares y pagando en dólares. “Es difícil. Antes de venirme tuve que vender el carro para sobrevivir allá”, susurra.
Un estudio titulado El muro mexicano: estudio de percepciones sobre migración en México, donde se analizaron conversaciones sobre migración en redes sociales, especifica que de un total de 48.293 menciones sobre migración en Twitter, Facebook, TikTok y YouTube, el 68.5% de las menciones habla sobre el rechazo a la estadía de personas migrantes en el país, “pues se considera que su presencia atenta contra la cultura y tradiciones de la sociedad mexicana”.
Ricardo ha gastado 2500 dólares desde su tierra hasta el Estado de México. El trayecto más largo a pie fue de cinco horas y media. Continuará su camino hacia el norte, donde sus hermanos- que trabajan en la construcción- lo esperan.
México: el buen puerto
Durante todo el 2018, Ninoska Pérez había sido hostigada por su trabajo como asesora de seguridad digital en un medio de comunicación. Residía a las afueras de Managua, Nicaragua, haciendo un trayecto cada vez más peligroso: oscuridad en la ciudad por la supresión de la luz a partir de las 8 de la noche o persecución de hombres en motocicletas sin placas, vestidos de negro.
“Ya en ese entonces yo iba con una cámara en el carro, con un taser, gas pimienta y un palo de golf. Estaba dispuesta a no dejarme atrapar”, cuenta con voz afable, pero ensombrecida.
El régimen nicaragüense había sembrado hombres por la ciudad con armas largas. La situación empezó a escalar durante todo el 2018. El Estado le quitó la personería jurídica al medio donde laboraba. Finalmente, Ninoska dejó el hogar que llevaba dos meses pagando, el auto, su familia y hasta el perro.
Ese mismo año su casa fue allanada. Cuando la policía llegó le dijo: “Van a regresar porque saben que usted está sola con sus dos hijas”. No había camino de retorno, todavía no lo hay. Llegó a México con 100 dólares y una mochila.
Arribó al país con sus dos hijas- de 5 y 9 años- en diciembre de 2018, de vacaciones; deseaba despistar a la policía. Las colegas del medio de comunicación en el que trabajaba le mandaron un mensaje: “Ya no puedes volver. Tienes que buscar cómo quedarte allá, nosotras vamos saliendo”.
Mira la pantalla de la computadora a través de unos alegres anteojos durante la entrevista. “¿Ahora cómo le explico a las niñas que no son vacaciones, que nos tenemos que quedar?”.
Al arribar, se puso en contacto con una amiga, quien trabaja con periodistas en riesgo. Vivió en su casa 10 días hasta que ella le dijo que debía pedir refugio.
Jackeline Dujóvich Soto, del área de comunicación social de Casa Refugiados y colaboradora con la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), menciona que “la posibilidad de permanecer en México es un derecho”.
Es difícil para las personas que migran reconocer cuando su camino toma un rumbo distinto. “Muchas personas a veces no son conscientes de que son víctimas de persecución. En muchos lugares está normalizado decir: me quemaron mi negocio tres veces, ya no tengo sustento y me voy”.
En Casa Refugiados, Ninoska encontró un espacio de acompañamiento y asesoría legal para pedir su estatus de refugiada ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR). Lentamente estableció redes de contacto con personas exiliadas de Nicaragua y Argentina.

Foto: Eunice Adorno / Corriente Alterna
Ninoska encontró apoyo en México, pero también discriminación. Recuerda con pesar un episodio en el metro con su hija. Una mujer le gritó a su niña: “quítate de ahí, tú, pinche escuincla, que estás estorbando con tus chingaderas”. Le dio tres patadas. No pudo defenderla. Se le aconsejó “no meterse en problemas” por ser refugiada.
Sin embargo, el tiempo pasó. Ninoska encontró escuela para sus hijas y un departamento. Además, se casó durante la pandemia. No volverán a Nicaragua.
“Para ser sincera, siento que mis hijas ya son más mexicanas, sobre todo la niña de cinco años. Quizás dos años atrás pensábamos en volver. La nostalgia no se va”, dice y recuerda un episodio cuando su niña pequeña le dijo: “Merecemos una oportunidad en este país”.
Ahora, la niña mayor tiene 15 años y desea marchar a Canadá. La niña menor quiere ser bióloga marina. Sus amistades de Nicaragua le dicen: “Ya no regreses, ya no existe el país que dejaste”.
Como la marea, la risa regresa. “Hemos tenido mucha suerte y hemos conocido muchas ciudades. Estuvimos tres meses en Oaxaca”. También asistió con sus hijas al Segundo Encuentro Internacional de las Mujeres que luchan, organizado en territorio zapatista.
En México cocina gallo pinto- arroz con frijol rojo-, suenan los acordes del güegüense, prepara vigorón con yuca traída de Puebla, y ha recibido un vestido típico de Nicaragua; blanco, con listones azules: “para septiembre bailamos una danza, mis dos hijas, mi esposo y yo. Hicimos un canto con la comunidad venezolana”.
Ninoska obtendrá pronto la ciudadanía mexicana.“Mi casa es un poco un refugio ahora. Una amiga me deseó que llegara a buen puerto. México para mí es ese buen puerto, es la salvación de mis hijas. Ellas aún están sanando, yo estoy aún sanando, pero es el buen puerto que necesitábamos”.