Intervención: Julieta de la Cal
El oficio textil como vía hacia una mejor calidad de vida para las mujeres qom
Ante la falta de oportunidades laborales, decenas de mujeres de la comunidad qom, asentada en Rosario, impulsan un modelo de confección textil. La iniciativa les otorga seguridad económica y fortalece su vida comunitaria.
Por Oscar Bermeo O. (Argentina)

Cada martes en el Centro Cultural El Obrador, cerca de treinta mujeres qom se reúnen a tejer. A simple vista parece un ordenado taller, pero lo que ocurre en este local municipal del extremo oeste de Rosario es mucho más que eso. En estas sesiones, entre hebras, agujas y retazos, emerge la transmisión intergeneracional, el cruce intercultural y la concreción de un proyecto económico sostenible.

Pese a estar a 1.000 kilómetros de Miraflores -el pueblo chaqueño que la vio nacer- Ruperta Pérez continúa tejiendo con la técnica de sus ancestras. Llegó a Rosario en 1985, con 27 años y un hijo pequeño, buscando nuevas oportunidades. Por su personalidad, y al hablar castellano con fluidez, prontamente asumió roles de liderazgo dentro de la colectividad qom asentada en esta urbe.

En Chaco, Ruperta había cursado hasta séptimo grado. El acceso a la escolaridad era uno de los grandes desafíos para los pueblos originarios en esos tiempos. “En el colegio no querían que dialoguemos en nuestro idioma. Ni siquiera para ayudarnos entre nosotros por si no entendíamos lo que se estaba diciendo en castellano”, recuerda.

El paso de los años hace que hoy vea los comienzos de esa migración interna como una etapa de aprendizaje. “Fueron momentos desafiantes. Vivíamos precariamente, pero las prácticas de supervivencia siempre habían estado con nosotros”, menciona.

Al no contar con los estudios secundarios, Ruperta sabía que partía en desventaja para conseguir empleo. Pero, rápidamente se dio cuenta que con los conocimientos traídos de su comunidad podía generar ingresos. “Soy artesana”, se recordó asimisma. Entonces, animó a sus primas para hacer algunos bolsos y carteras. Ante la ausencia del caranday (palmera), el insumo con el que trabajan en el Chaco, optaron por la totora, una planta dócil y permeable que encontraron en las riberas del río Paraná. Los fines de semana salían a vender a los parques y plazas lo que habían trabajado entre lunes y viernes. Aunque funcionaba como un mecanismo de sobrevivencia, la principal aspiración era conseguir sostenibilidad y mayor circulación a sus productos.

Qomi, un intercambio cultural

En 1991, gran parte de la comunidad qom, originalmente emplazada en el barrio Empalme Graneros (noroeste de la ciudad), fue reubicada en Roullión al 4300. Las inundaciones producidas en los años 80 por el desborde del arroyo Ludueña afectaron sus viviendas. Fue por ello que el municipio optó por trasladarlos a un territorio de la zona oeste. Así se dio forma a lo que hoy es conocido como el Barrio Toba.

Según el censo de 2010, de los 14.000 ciudadanos qom residentes en la provincia de Santa Fe, poco más de 8.000 (el 60% del total), están radicados en Rosario. Para esta comunidad, la creación del Centro Cultural El Obrador detonó varios impulsos creativos.

“Es un habilitador de encuentros”, dice Margarita Genes, quien trabaja en este espacio icónico del barrio desde que abrió sus puertas en 2006. Actualmente coordina los talleres de textilería y es una de las personas que más conoce la vida de esta comunidad indígena en el territorio urbano. A lo largo de estos años vio cómo los diversos cursos propuestos en el centro buscaron fortalecer una salida laboral.

Uno de los cruces más importantes ocurrió en 2011, cuando la artista plástica y diseñadora Marina Gryciuc llegó a El Obrador interesada en conocer la experiencia textil de las artesanas qom. “Mujeres como Ruperta y Roberta Catori me enseñaron la técnica de cestería tradicional que ellas traían de su lugar de origen y que realizaban con materiales vegetales”, refiere. El intercambio se sella cuando Gryciuc les propone trasladar esa técnica a material reciclado. Fue entonces que las artesanas qom empiezan a probar con retazos de telas descartados de fábricas de ropa, tiras de botellas plásticas y hasta pedazos de cables en desuso.

“Sucedió casi mágicamente. Esta técnica funcionó perfecto con estos materiales. Tuvimos la posibilidad de generar objetos contenedores de formas diversas y de muchos colores”, cuenta Gryciuc.

Mezclando totora y material reciclado, comenzaron a fabricar cestos, portavasos, carteras, jarrones, lámparas, posaplatos. La creatividad apareció en diferentes modelos. “Son trabajos muy originales. Nos gustó mucho la propuesta y la incorporamos”, dice Ruperta.

Para la comercialización, nombraron sus productos con la marca Qomi (nosotras/os en idioma qom). Con ese sello empezaron a ofrecer sus piezas en ferias municipales, galerías de arte, tiendas de diseño. A partir de 2014, el interés por la cestería qom se esparció con más fuerza por la ciudad y otros puntos del país.

“Incluso llegamos con el proyecto a la feria Puro Diseño en Buenos Aires. Toda la comunidad estaba orgullosa, hasta de Francia vinieron a ver cómo aplicábamos la técnica ancestral con el reciclado”, menciona Genes.

Varios de los modelos que nacieron en ese momento de ebullición creativa continúan usándolos en las prácticas de textilería en El Obrador. Para Ruperta es necesario destacar el enfoque ambiental de sus trabajos. “En vez de usar una bolsa de plástico, te llevás un canasto de fibra natural o material reciclado que te dura un montón”, comenta convencida de que con esta práctica contribuyen a aminorar el maltrato hecho por los humanos a la Pachamama o Madre Tierra.

Impacto socioeconómico

La dinámica sigue siendo la misma que se instaló casi una década atrás. Durante la semana cada mujer trabaja sus textiles en sus hogares y el martes los lleva para mostrarlos y compartir sus avances con las compañeras. Entre ellas hay algunas “criollas”, que llegan desde distintos puntos de Rosario, entusiasmadas con el arte qom. En el centro cultural, las participantes también pueden proveerse de algunos insumos, como retazos de tela o totora. Cuando la situación económica lo permite, traen palma desde el Chaco.

En las ferias municipales y provinciales de fines de semana ya son una referencia. Aunque la inestabilidad económica del país también impacta en la relación con los clientes. Margarita Genes refiere que últimamente los productos pequeños se venden mejor que los de mayores dimensiones. Hoy el precio de un canasto grande ronda entre $8.000 y $10.000 (aproximadamente USD 25 según la cotización oficial). “A veces hay gente que no quiere reconocer las horas de trabajo”, sostiene.

Confeccionar un canasto donde quepa varias prendas de ropa lleva cuatros días. Una alfombra puede tomar cinco y un sombrero tres. Margarita apunta que a eso hay que sumarle la originalidad de cada producto. “Ninguna artesana quiere hacer el mismo canasto que ya hizo otra”, refiere.

En estos 17 años que lleva trabajando en el Barrio Toba, Margarita ha visto como a muchas mujeres de la comunidad qom les ha costado la inserción laboral en Rosario. “No las quieren tomar en los trabajos. Para mí son actitudes racistas hacia la comunidad”, refiere.

Por eso pone en valor las oportunidades económicas que les brinda la textilería. Aunque el aporte excede lo laboral. Cuenta que los encuentros semanales se convierten rápidamente en espacios de contención, para escucharse y conocerse más. En esos martes, Margarita ha oído situaciones de violencia de género, problemáticas de drogas, o mujeres en situación de calle. “Vamos tejiendo y vamos sacando temas. Nos apoyamos entre todas”, dice.

Una de las principales pretensiones de las artesanas mayores es que los talleres de textilería contribuyan a que la práctica se mantenga en las nuevas generaciones. Ruperta refiere que toda su familia teje. Incluso su hija da clases de cestería y su nieta ha creado un perfil de Instagram para promocionar la técnica. Espera que las jóvenes qom que no encuentran en sus casas la misma motivación familiar, puedan acudir a El Obrador para sumergirse en esta práctica ancestral.

Si bien usan las redes sociales para comercializar los productos, el ingreso formal a las ferias y circuitos culturales les termina dando sostenibilidad a los ingresos de las mujeres artesanas. Ruperta se reconoce como empresaria. Dice que no puede llamarse de otra manera si cada tanto envía pedidos a diferentes provincias. “Los vínculos permiten que la economía esté resuelta para nuestras familias. No pretendemos ganar mucha plata, sino simplemente mejorar nuestra calidad de vida”, apunta.

Con los años Marina Gryciuc fue soltando el proyecto Qomi para que siga su rumbo con las otras protagonistas. Si bien la diseñadora rosarina y docente de Bellas Artes tiene una menor presencia física, aún apoya dotándoles de materiales reciclados o coordinaciones logísticas. A fin de cuentas, Qomi navega en la economía circular.

“Es una propuesta abierta que surge del intercambio en El Obrador. Cualquiera que atraviese esa experiencia puede reproducirla para generar productos para la venta y la subsistencia de su familia”, refiere.

Desde hace más de una década, en el corazón del Barrio Toba cada martes, una treintena de mujeres se reúne para tejer una red de sueños que contenga las adversidades.